Se dice que en la región al norte del lago Titicaca, vivían ciertos hombre y mujeres a la manera de las bestias que habitan los valles y las montañas. Estos pueblos no contaban con religión alguna, ni con ciudades o justicia alguna.
Tampoco contaban con el conocimiento suficiente para hacer brotar plantas de la tierra que satisficieran el hambre, además de que no portaban vestimenta alguna, viviendo de día y de noche completamente desnudos. Estos pueblos se alimentaban con lo que encontraban, ya fueran plantas, carne de animales muertos, frutos salvajes, entre otras cosas.
Cierto día, el dios bueno Inti, señor del sol, se percató de la forma miserable en que vivían estos seres humanos y se decidió a enseñarles las diversas artes necesarias para llevar una vida digna. Así, Inti pidió a Ayar Manco, su primogénito; y a Mama Ocllo, hermana de Ayar Manco, bajar a la tierra con el fin de edificar un poderoso imperio.
Ayar Manco y Mama Ocllo serían los responsables de mostrar al hombre las normas para poder vivir en bienestar; a la vez que mantenían respeto y veneraban a Inti.
El dios del sol les dio precisas instrucciones a Ayar Manco y a Mama Ocllo; debían caminar hacia el norte, y donde pudieran hundir sin dificultad en la tierra un bastón de oro que Inti les dio, ahí tendrían que fundar la capital del imperio, Cuzco.
Cuando los hombres y mujeres salvajes se percataron de la aparición de Ayar Manco y Mama Ocllo, al instante supieron que eran dioses, por lo que los siguieron y los obedecieron en todo.
Así, Ayar Manco enseñó a los hombres a trabajar la tierra, a cazar animales para el sustento y a levantar edificios; Mama Ocllo mostró a las mujeres cómo tejer, cómo cocinar y cómo educar a los niños en el hogar.