Se dice que en una aldea vivía un niño con sus padres, donde llevaban una vida tranquila. El chico gustaba de ayudar a sus padres en las tareas que estaban a su alcance, por eso un día pidió permiso para ir a recoger leña a la selva. Los padres dieron su consentimiento y el niño preparó su canasto para recoger los maderos. Con mucha alegría salió el niño de su casa, caminó por un rato y cuando llego a la colina vio un lago; de pronto le dieron muchas ganas de beber agua, así que bajó hasta aquel lugar.
La sed y la ingenuidad
Una vez en el lago, el chico comenzó a beber la fresca agua. De pronto sintió una respiración en su frente, un cocodrilo había aparecido cara a cara. El muchacho se echó acorrer como una gacela, pero el lagarto le grito: “¡ayuda, ayuda!” El niño regresó a ver qué pasaba y empezó una conversación con el cocodrilo. Este le dijo que se había quedado atrapado en el lago y no podía regresar al río, porque su cauce se había secado. El niño respondió que no lo ayudaría, porque seguramente iba a ser traicionado.
Luego de negociar, el cocodrilo convenció al chico y se pusieron manos a la obra. El muchacho consiguió dos varas largas, sobre una el cocodrilo se acostó y con la otra en el lomo, el niño le amarró todo el cuerpo. Una vez inmovilizado, el niño empujó al cocodrilo hasta la cuenca del río. Cuando comenzó a desamarrarlo, el lagarto le dijo: “termina tu tarea bien, llévame más adentro, no te comeré”. El pobre muchacho no quería porque desconfiaba del lagarto carnívoro, sin embargo, obedeció. Luego de unos pasos, el agua le llegaba hasta al cuello al niño.
Lágrimas de cocodrilo
En esa difícil situación el muchacho desató al animal y este lo apresó con sus poderosas mandíbulas. El niño comenzó a llorar y a reprochar: “lo sabía, lo sabía, tú me ibas a comer”. El cocodrilo se rio y lo llevó más adentro para comerlo; justo cuando lo iba a devorar, el chico le suplicó que fueran a preguntar a un sabio árbol si debía ser devorado. Contra lo que esperaba el niño, el árbol le dijo al cocodrilo: “puedes comértelo, los humanos son muy ingratos”.
Por fin el cocodrilo iba a dar el primer mordisco, cuando el chico le pidió que fueran a preguntar a otros animales; por ello fueron a consultar a una vaca y un burro. Los dos estuvieron de acuerdo en que el cocodrilo se comiera al chico, porque los humanos son muy ingratos. El pobre niño había a llegado a su final, pero apareció un conejo cerca del río. ―Preguntemos al conejo― dijo el niño. ―Este será el último― respondió el cocodrilo. Allá fueron a contar la historia, desafortunadamente el conejo no escuchaba bien; así que los hizo salir del agua, donde les hizo demostrar cómo fue trasladado el cocodrilo.
Ingratos por naturaleza
De este modo el niño volvió a inmovilizar al cocodrilo, motivo que le salvó vida. Con el cocodrilo atado, el conejo le dijo al niño que era libre y que llevara al cocodrilo a la aldea como presa. Muy contento el niño tomó al lagarto y lo llevó a la aldea. ―Traje este cocodrilo y también un conejo que está en las hierbas― dijo el muchacho. Rápidamente corrieron otros niños a cazar al conejo, pero no tuvieron éxito porque había desaparecido ya. Al poco tiempo, el conejo apareció ante el niño y le dijo: “es verdad que los humanos son muy ingratos”. Y por esta razón los conejos huyen en cuanto ven a las personas.