Los mapuches, también conocidos como araucanos, son un pueblo nativo de América del Sur, que en la actualidad se localizan en zonas de Chile y en Argentina. Se trata de un grupo humano muy peculiar, ya que durante la llegada de los conquistadores, la población rebasaba el millón de individuos y, a diferencia de otras culturas, los mapuches nunca fueron sometidos por los europeos. En nuestros días existen movimientos que pretenden preservar sus aspectos culturales, que es precisamente la fuente del mito que vamos a describir: el mito del diluvio.
El cielo rasgado
De acuerdo con la mitología mapuche, en un tiempo ancestral, las cortinas del Calfú ―el cielo― se abrieron de tal modo que ya no pudieron contener sus aguas. Así que las corrientes de agua cayeron violencia y empezaron a inundar la tierra arauca. Fue tal la energía que liberaban las aguas celestes que causaron graves estragos, millares de muertes y mucha destrucción. El pueblo mapuche comprendió la gravedad de la situación y supo que su fin sería infalible.
Tratando de sobrevivir, pues los aruacos son gente que no se doblega, los líderes del pueblo llevaron a su gente hasta lo más alto de un monte llamado Tentén. A su vez, todos los animales que habitaban el mundo se desplazaron en grupo hacia otro cerro llamado Caieaí, donde lograron ponerse a salvo de la catástrofe. Según el relato, la furia de las aguas seguía aumentando, de modo que no pasó mucho tiempo antes de que todo el mundo quedara cubierto por el agua.
La obra milagrosa de Guinechén
Cuando la catástrofe parecía poner fin a la vida de los mapuches, la deidad Guinechén ―equivalente a Dios― hizo intervención con un portento que superó la rabia de las aguas que devoraban el mundo; mismas que habían sido provocadas por el diabólico espíritu Gueciifú ―considerado genio del mal―. Gracias a la obra divina de Guinechén, el mundo y la humanidad no pereció bajo las aguas. Asimismo, la obra del dios benefactor de los araucos hizo un milagro final: cuando las aguas parecían alcanzar las cimas de los cerros donde estaban la gente y los animales, estos crecían más y más, de modo que nunca conseguían ser tragados por el mar.
Luego de varios meses, las aguas que habían amenazado la vida de hombres y animales comenzaron descender. Así que la gente poco a poco pudo bajar de los cerros y empezó a poblar de nuevo la tierra, desde ese tiempo los montes Tentén y Caieaí son considerados sagrados.