En la antigüedad en los asentamientos de Veracruz, México, la cultura olmeca nos dejó grandes relatos acerca del origen de su cultura, impregnada de divinidad.
Mucho tiempo ya, en que los descendientes de los dioses olmecas llegaron para habitar la tierra a través de una mujer escogida por sus virtudes, quien fue poseída por un jaguar y dio a luz a la descendencia de los hombres jaguar.
Estos hombres fueron destacados en la guerra y las mujeres en las artes. Habitaron por largo tiempo en la tierra fértil y productiva, hasta que un día una bella joven jaguar puso sus ojos en un valiente joven que no pertenecía a su descendencia jaguar, y los dioses no vieron con buenos ojos ese sentimiento.
El joven valiente unió su amor a aquella mujer jaguar sin importar la intolerancia de los dioses y procrearon un hijo, los dioses castigaron la región con escasez de agua del cielo. Fue tanto el dolor del castigo para la tierra jaguar que el joven ofreció a su propio hijo a cambio de levantar el castigo divino.
Los dioses furiosos levantaron el castigo y enviaron lluvia en abundancia a la tierra jaguar, pero en cambio petrificó al padre y a su hijo en brazos para que las generaciones comprendiesen que se debe respetar la dinastía jaguar.
Los dioses permitieron que la tierra que se mueve constantemente cubriera sus cuerpos, condenándolos a que, en un futuro, sus cuerpos petrificados fueran desenterrados a golpes de piedra por pequeños descendientes jaguar.
Ahora la tierra es fértil y el jaguar se mueve con libertad en su hábitat, pero el hombre jaguar no tiene más poder sobre su región y debe esforzarse y luchar para muchas veces perder sus batallas y aprender lecciones que los dioses siguen enviando a sus hombres jaguar, pero nunca permitirán que su dinastía se extinga por completo.