Una de las historias más famosas de la antigüedad es el mito de Filemón y Baucis, una pareja de ancianos hospitalarios. Este senil matrimonio ofreció cuanto tenía a los dioses Zeus y Hermes, que viajaban ocultando su identidad. Gracias a su hospitalidad, el dios del trueno los convirtió en árboles centenarios tras la muerte.
Los dioses disfrazados de extranjeros
En tiempos inmemorables, Zeus y Hermes descendieron a la Tierra para comprobar la hospitalidad de los mortales. Según los mandatos divinos, los hombres debían atender a los viajeros y hombres desventurados con la mejor amabilidad. Sin embargo, los humanos habían perdido dicha costumbre y ya nadie brindaba hospitalidad. Por esta razón el padre Zeus y Hermes llegaron al país de Tiana. Se transfiguraron en hombres y pidieron morada.
En la ciudad, nadie ofrecía posada a los dioses disfrazados de extranjeros. A pesar de llamar a la puerta en suntuosas casas, no acogían los viajeros. Recorrieron toda la ciudad, siempre obteniendo un no como respuesta. Zeus estaba decidido a destruir la ciudad, sin embargo, llamaron a la última cabaña del pueblo. Esta era una morada realmente humilde, el techo era de paja y en el interior brillaba una tenue luz. Ambos seres divinos llamaron a la puerta y fueron recibidos por un anciano.
La hospitalidad de los ancianos
Dentro de la cabaña, los dioses fueron atendidos por dos ancianos muy pobres, con la mayor atención posible. Al ver que unos extranjeros pedían posada, los ancianos, llamados Filemón y Baucis, se apresuraron en hacerlos pasar. Este matrimonio senil no tenía hijos, sólo se tenían a ellos y juntos sobrellevaban la miseria de la pobreza y la vejez. Así pues, los viejecitos ofrecieron agua para que los caminantes lavaran sus pies. También les ofrecieron un asiento en la sala. Aunque las sillas eran viejas, las cubrieron con las mejores telas que tenían. Así mismo, pusieron a cocer el único trozo de carne que tenían y guardaban para una ocasión especial.
Filemón y Baucis descubrieron que los invitados eran los mismísimos dioses, pues la comida no menguaba. Después de preparar la mesa, la cual limpiaron con agua de hierbas aromáticas, sirvieron la carne cocida. Un vino que el viejo Filemón reservaba, sirvió para el maridaje con el platillo. Aunque los extranjeros comían mucho, ni la botella de vino ni la olla con carne disminuían. No podía ser otra cosa que un acto divino, Zeus y Hermes eran hospedados en la cabaña. Al descubrir que tenían huéspedes númenes, los ancianos corrieron al corral para sacrificar en su honor al único ganso que tenían. Pero esto ya no fue necesario.
El roble y el tilo
Ante la hospitalaria conducta, Zeus y Hermes sacaron a la pareja del pueblo, tras revelar sus planes. Filemón corría con afilado cuchillo en mano, detrás del ave que huía despavorida. Cuando esta se escondió entre los extranjeros, ellos revelaron su identidad y agradecieron las atenciones. Después, pidieron a los ancianos que salieran del pueblo junto con ellos pues este sería destruido. De este modo, la senil pareja subió hasta lo más alto de una montaña en compañía divina. Al fondo, el poblado se ahogaba entre las aguas. Sólo permanecía en pie la casa de Filemón y Baucis, ahora transformada en templo suntuoso.
Como recompensa, Zeus prometió que ambos ancianos morirían juntos el lejano día de su muerte. Ya con el pueblo sepultado en el agua, los ancianos pidieron la oportunidad de ser los sacerdotes del templo. También pidieron que cuando llegara el día de morir, ambos perecieran a la vez, pues no soportarían tal tormento. Zeus cumplió su palabra y, un día después de muchos años, Filemón y Baucis murieron juntos. Sin embargo, los ancianos se transfiguraron y tomaron la forma de un roble y un tilo respectivamente. Como recompensa a su hospitalidad.