Hace ya miles de lunas, existió en nuestro mundo un joven destacado en las artes de la guerra, famoso por sus hazañas, quien un día en su caminar se encontró con una hermosa joven de la que quedó inmediatamente enamorado. Decidió ir para con el padre de ella y poder unir sus vidas para siempre, sin embargo, el padre de ella era un hombre poco destacado en la guerra y toma una decisión a su favor.
Daría la mano de su hija a aquel joven guerrero a cambio de que luchara en favor de su guerra; él decidió aceptar, pues lo prometido era regresar victoriosos y obtener el amor de aquella joven. Fue una guerra prolongada y no se veía la llegada del guerrero, la joven comenzó a angustiarse y a sufrir por amor.
Llegó a sus oídos la versión de que el joven guerrero había muerto en batalla y la joven se enferma de dolor del alma, angustiadas noches pasó hasta que una mañana su padre entristecido la encontró sumida en el sueño eterno. La mañana siguiente el sol relumbraba el valle y se escucharon llegar sonidos de victoria, era el ejército de su pueblo acercándose a sus hogares; frente a los guerreros, avanzaba fuertemente el joven con una enorme alegría de que ahora sí podría ser feliz a lado de su amada.
Su corazón se rompió al encontrarse tan lamentable noticia. El enamorado gritó al cielo pidiendo explicaciones a los dioses, y tomó el cuerpo de su amada y subió al valle, ahí la recostó en la cima y decidió velar su sueño eterno con una antorcha encendida.
Los dioses al ver aquel acto de amor, decidieron eternizar a la pareja cubriendo de nieve sus cuerpos y petrificándolos por la eternidad. Y ahí sigue la mujer dormida y a un lado su guerrero enamorado con su antorcha de fuego. Con el paso de los siglos aún podemos observar a esos dos enamorados, en dos grandes montañas conocidas como Iztaccíhuatl y Popocatépetl.