El mito de Príapo responde a una de las divinidades romanas vinculadas con la fertilidad. Era hijo de la ninfa llamada Naiás o Quíone, o según otros autores, de Venus y de Baco, que por esa diosa fuera recibido con ardor, a su regreso triunfante de las indias. Así mismo, el dios era repudiado por estar vinculado a la barbarie.
Según el mito de Príapo, celosa de Venus, Juno se esforzó en perjudicarla; por lo que hizo nacer con una deformidad extraordinaria a Príapo. Tan pronto como vino al mundo, su madre lo hizo educar lejos de ella, en las orillas del Helesponto, en Lampsaco, donde por su libertinaje e impudentes atrevimientos, se convirtió en un objeto de horror y repulsión.
Las peripecias de Príapo
Sin embargo, después de sufrir una terrible epidemia, los habitantes de Egipto, que creían ver en ello un castigo por las pocas atenciones que habían tenido al hijo de Venus, le pidieron que se quedara entre ellos, y después, en Lampsaco, se ganó la veneración pública; de ahí el nombre que le dieron los poetas, de Lampsacio o Ilelespóntico.
Príapo es muchas veces considerado como Pan, el emblema de la fecundidad en la naturaleza. En Grecia era especialmente venerado por aquellos que criaban rebaños de cabras o de ovejas, o colmenas de abejas. En Roma el mito de Príapo se vinculaba con un dios protector de los jardines; pues creían que era él quien los guardaba y los hacía fructificar.
La mayoría de las veces, Príapo es representado bajo la forma de Hermes o de Terma, esto es, con cuernos de chivo, orejas de cabra, y una corona de hojas de vid o de laurel. En ciertas representaciones de Príapo se suele colocar a su lado instrumentos de jardinería, cestas para frutas, una hoz para segar, y demás instrumentos de agricultura y jardinería.