Un día llegó a un pequeño poblado un ave de insólita rareza, con ella llegaron la escasez, la disputa, la tragedia. Recién se instaló el misterioso pájaro en las cercanías del bosque, empezaron a desaparecer los animales del ganado y las cosechas se echaban a perder. Durante unos días, cada mañana desaparecían los bienes de los aldeanos, incluso el ave malvada robaba los graneros del pueblo a plena luz del día. Aunque eran muchos los hombres que intentaron atraparla, no tuvieron éxito porque la velocidad del pájaro era excepcional.
La gente del pueblo parecía condenada a soportar las maldades del ave misteriosa y morir de hambre, si las cosechas y los animales continuaban mermando. Fueron tantos los temores y enfados de la gente, que el jefe de la aldea decidió ir a los aposentos del pajarraco para talar el árbol donde habitada. Como la misión no sería nada fácil, solicitó a los hombres mayores, confiables por su experiencia, que prepararan sus hachas y fueran a cortar el árbol de sándalo donde vivía el ave.
El ejército de ancianos y el ejército de jóvenes
Al día siguiente, un ejército de ancianos sabios y de fuertes brazos se dirigió a la guarida del ave perversa. Una vez ante el frondoso tronco, comenzaron a talar con violencia, aquellos no parecían ancianos por los vigorosos movimientos. Cuando sintió las vibraciones, el pájaro siniestro hizo su aparición. En medio del viento comenzó a cantar una melodía hermosa que hablaba de las nostalgias del ayer, los ancianos perdieron la fuerza y los deseos de talar. Una vez hechizados por el canto, los seniles hombres regresaron a la aldea y se negaron a cortar aquel sándalo.
Ante la mala noticia, el jefe de la aldea enfureció más y solicitó el apoyo de todos los hombres jóvenes para talar el árbol del ave cantora. A la mañana siguiente salió un contingente de muchachos, cantando y luciendo sus armas, hacia la guarida de aquel pájaro. Una vez frente al enorme árbol, descargaron una seguidilla de hachazos veloces y potentes. El inocente árbol se estremecía tanto, que parecía sentir el dolor. En ese momento, hizo su aparición el pájaro hechicero y cantó una bella melodía que hablaba sobre las ansias juveniles. Aquellos muchachos sucumbieron ante el encanto del ave y volvieron a la aldea aturdidos, como si estuvieran enamorados.
El último recurso
Aquel fue el punto de inflexión, el jefe de la aldea estalló en cólera y advirtió que él mismo, con tan solo un grupo de niños, derrocarían al árbol centenario. Justo como lo anunció, al amanecer partió con un grupo de niños que cargaban sus pequeñas hachas. Cuando llegaron a la guarida del pájaro mago, los niños empezaron a talar, no con mucha fuerza pero con un ritmo sostenido. No tardaron mucho, cuando el árbol comenzó a temblar.
Como respuesta a los ataques, el pájaro hechicero apareció en el aire cantando bellas melodías, pero solo consiguió embrujar al jefe de la aldea; los niños seguían talando sin perder el ritmo, cantando sus propias canciones. Al cabo de unos segundos los niños derribaron el árbol y el ave cayó muerta. Juntos, el jefe y los niños, regresaron al pueblo y fueron muy bien recibidos por haber hecho lo que jóvenes y viejos no pudieron. Por esta razón, se dice que los niños son la esperanza del mañana.