Cuentan que anteriormente, el cielo estaba abajo y la tierra se encontraba arriba. Pero por su naturaleza la tierra derramaba tanta suciedad que el cielo se quejó con los dioses de la creación e invirtieron sus posiciones. Entre estos dos habitaba el viento y las nubes, cada espacio con sus propios habitantes. Todos unidos por un enorme árbol que crecía desde la tierra y se unía al alto cielo.
La parte superior del árbol era quien contaba con la mayor abundancia de frutos y elementos ricos y necesarios, por lo que los hombres tenían que escalar el árbol y abastecerse con ello. Sin embargo deberían proveer los mejores recursos a los desprotegidos, a los inválidos e indefensos que no podían trepar el gran árbol.
Un día la ambición ganó al hombre y no cumplió con proveer a los débiles, fue así que los viejos se quejaron con los dioses, y estos furiosos enviaron un gran fuego haciendo arder todo. El gran árbol pereció y desde entonces el hombre debe proveerse de la propia tierra.
El hombre siguió su curso de vida en unión con los animales, sin embargo todo comenzó a corromperse, fracturaron el equilibrio natural. De nueva cuenta los dioses decidieron castigar, y enviaron inmensas lluvias, ahogando todo a su paso, y se tuvo que resurgir de nuevo.
La naturaleza comenzó de nuevo cuando una paloma picoteando una semilla logro hacer brotar un algarrobo. El hombre resurgió, los animales resurgieron, la vida continua, pero el hombre tropezó de nuevo y se volvió a corromper, devoraban a sus propios hijos.
El sol enfurecido se negó a seguir, y permaneció estático, se oscureció todo convirtiéndose en una profunda noche. La fría oscuridad logró que todo se convirtiera en hielo, depuró todo lo malo. Un hombre bueno logró sobrevivir y a través de un sueño atrajo de nuevo al día. La vida volvió con los rayos del sol, y es así que surgió la descendencia Wichí.