La mitología griega cuenta la desgracia de una joven que desafió a Atena, se trata del mito de Aracne. Una joven que habitó en la región de Hipepas había ganado enorme fama pues nadie domina el arte del telar como ella. Si bien ella no era descendiente de los olímpicos dioses, su arte era superior al de cualquier mortal. Además, las ninfas de los bosques y de los lagos abandonaban sus recintos para mirarla tejer. Cuán maravilloso era el espectáculo de la aguja uniendo piezas y creando caprichosos bordados. Sin embargo, la soberbia de la tejedora fue tal que aseguró que ella no fue instruida por Atenea e incluso podría superarla.
Atenea se disfraza de anciana
El mito de Aracne continúa con la aparición de Atenea, disfrazada de anciana. Frente a la experta tejedora, apareció una anciana. Se trataba de la misma Palas que utilizaba un astuto disfraz para no ser descubierta. La mujer de edad avanzada le pidió a Aracne que pidiera perdón por desafiar a la diosa y sería absuelta. Sin embargo, la joven continuó con la soberbia e insultó a la mujer. En seguida, Atenea reveló su verdadera figura y aceptó el reto. Ambas ocuparon su lugar en los telares y comenzaron la contienda. Nunca antes, hubo piezas tan majestuosas como las elaboradas en aquel combate.
El desenlace del mito de Aracne es más trágico de lo que se puede esperar, fue castigada por la diosa. Después de presentar las telas, la joven mortal comprendió que la superioridad le correspondía a la olímpica. En seguida, la muchacha se arrojó al suelo desconsolada y rodeó su cuerpo con un lazo. No obstante, Palas Atenea le concedió la dicha de seguir viviendo, pero colgada. En el acto, los cabellos, los ojos y los labios de Aracne desaparecieron. Sus extremidades se convirtieron en patas largas y afiladas. Aracne pasó el resto de su vida como una araña tejedora.