Entre los portentos descubiertos en el mundo azteca, se encuentra la mítica figura del Ahuízotl, un animal quimérico que vivía en las profundidades de las lagunas y devoraba a los hombres. Se creía que era una criatura sagrada que robaba el alma de ciertos indígenas, por designio de los dioses. El terror y fascinación que causó el Ahuízotl fue tan grande que sobrevive hasta nuestros días.
Debajo de la exuberante ciudad de Tenochtitlan, dormía una criatura que fue considerada sagrada entre los antiguos mexicanos, que posteriormente pasó a ser objeto de terror entre los españoles. El monstruo mítico del agua era el Ahuízotl, un ser que destacaba por tener una cola alargada con una mano de simio en su punta, con la que atrapaba a seres humanos que luego devoraba. Hoy en día, se cree que esta criatura asombrosa debió tratarse de una especie de nutria que habitó el Lago de Texcoco, en torno a la cual surgió el mito del Ahuízotl.
El término Ahuízotl proviene del náhuatl y significa perro de aguas o el espinoso de las aguas, el nombre se debe a las características físicas del animal. Según Fray Bernardino de Sahagún, en sus recopilaciones de la cultura azteca, el Ahuízotl tenía una figura similar a un perro o un coyote, así como su tamaño. Sus ojos eran pequeños y sus orejas cortas y puntiagudas. Su pelaje era corto, liso y grisáceo, pero cuando estaba fuera del agua se volvía hirsuto como escamas o espinas. También tenía cuatro patas con manos de mono, cinco dedos en cada una. Y, el rasgo más extraordinario, una cola alargada que terminaba en una mano de simio, en vez de punta.
Criatura sagrada y devoradora de hombres
El Ahuízotl se alimentaba de seres humanos, hecho que encontraron terrorífico los españoles; mientras que los indígenas lo entendían como un honor o un castigo. Sólo había dos causas para ser devorado por el Ahuízotl: poseer un alma muy noble, por lo que los dioses la reclamaban como compañía en el paraíso; o portar joyas, algo que los dioses encontraban indigno del hombre. Sea cual sea la razón para ser alimento del monstruo, el Ahuízotl era un ser todavía mucho más fantástico en su técnicas para devorar personas.
Por lo general, el Ahuízotl devoraba a aquellos hombres que pasaban por la orilla de las lagunas donde habitaba; con su cola, que tenía una poderosa mano, jalaba a la víctima al agua y la llevaba al fondo del lago, donde la engullía; mientras que en la superficie el agua se turbaba y surgían peces y ranas agitándose en el agua que parecía hervir. Otra de las artimañas del Ahuízotl era usar carnada. Cuando hacía tiempo que el monstruo no comía, hacía aparecer gran cantidad de peces y ranas que atraían a los pescadores con sus redes. Cuando estos comenzaban la pesca, el Ahuízotl atrapaba a alguno de los hombres que pescaban y lo lleva al fondo del estanque, donde lo hacía su comida.
La última de las trampas del Ahuízotl era la más ingeniosa y la más cruel. Conociendo la conducta y reacciones humanas, el Ahuízotl se echaba a llorar imitando el llanto de un bebé. Aquellos que escuchaban el sufrimiento del aparente niño, se precipitaban a salvar al pequeño, que probablemente había caído al agua; justo entonces, el Ahuízotl los atrapaba a los curiosos con su fuerte cola y los devoraba en la profundidad de su gruta.
Extrañando al monstruo
En la actualidad, el Ahuízotl solo es un pasaje mítico del mundo prehispánico, un mito tan asombroso que se incluye en las lecturas escolares de los niños. Quizá, algunos amantes de las especies animales endémicas de México lamenten que no exista este fantástico monstruo de las lagunas; pues se especula que se trataba una nutria mexicana llevada a la extinción cuando los conquistadores desecaron el Lago de Texcoco y fundaron la actual Ciudad de México.