Se cuenta que un grupo de guerreros aztecas guiados por el Dios Huitzilopochtli fueron encomendados a abandonar su sagrada tierra de Aztlán, metafóricamente ubicada al norte de lo que es México. Llevaban como objetivo encontrar un nuevo territorio en donde asentar su estirpe guerrera.
Después de más de cien años de peregrinar encuentran la señal que su Dios había manifestado: «el nuevo lugar para formar su imperio sería en donde encontraran a un águila real devorando a una serpiente», y fue justo en el lago de Texcoco en donde encontraron la emblemática señal, una imponente águila postrada en una penca de nopal sujetando con una de sus garras y el pico a una gran serpiente de cascabel.
Huitzilopochtli da un nuevo nombre a sus guerreros, y de ahí toman el nombre de mexicas. Poco a poco en esa área poco habitable logran construir el más grande imperio de su época. Dominando territorios y ejércitos, se da el nacimiento de un gran imperio nombrado Tenochtitlán.
Su grandeza nos ha dejado como testigos sus grandes templos y centros ceremoniales, rituales propios de su cultura y deidades que lograron sobrevivir en piedra. No es casualidad que esta señal sagrada siga viva en la bandera nacional, ya que hasta su gran dios Quetzalcóatl combinaba estas características de serpiente y plumas de ave, una combinación de esa señal que dio vida a esta cultura.
Una cultura llena de misticismo ya que la propia decadencia de este pueblo también estuvo marcada por las divinidades quienes auguraron su catástrofe. Después de haber sido el pueblo más fuerte y mejor organizado de toda Mesoamérica, se auguró la llegada del hombre blanco para traer desgracia a su pueblo.
Fue cuando esta profecía se cumple y es la histórica llegada de los españoles a estas tierras que capturan a su entonces líder Moctezuma tomándolo prisionero, el pueblo enardece y la sangre corre, los españoles tratando de calmar la situación piden al líder capturado, Moctezuma, que intervenga, pero solo logra que su propio pueblo lo apedree y le dé muerte.