Uno de los temas más recurrentes en las mitologías de cualquier cultura es el de la creación del sol y la luna, pues son astros que regirían las actividades sociales, económicas y de subsistencia de los pueblos antiguos. En el imaginario mexica, el sol y la luna son el resultado del sacrificio de dos dioses, opuestos entre sí, hecho que refuerza la visión dualista del pueblo azteca.
El mundo antes del sol
Cuenta el mito mexica que hubo un tiempo en el que el sol y la luna no recorrían el cielo, era una época oscura y los dioses discutían sobre la creación del día. Una vez reunidas las deidades comenzaron a discutir quién tomaría el lugar del sol y quién el lugar de la luna. Así estuvieron un rato entre las discusiones, hasta que un dios de mucha riqueza decidió ser el sol. El dios en cuestión fue Tecuzitécatl, un personaje motivado por la egolatría, ya que se consideraba digno de alumbrar el mundo.
El dios rico y el dios pobre
Luego de saber quién sería el sol, ningún otro dios se ofrecía a cumplir con el papel de la luna. Por tal motivo, las deidades convinieron en designar a Nanahuatzin como la futura luna. Este personaje era un dios considerado pobre y sumamente humilde, motivo por el cual no rechazaría la encomienda. Una vez que los dioses del sol y la luna habían sido designados, comenzaron a realizarse plegarias y rituales.
Cada uno de los dioses escogidos para ser los astros del mundo debía preparar una ofrenda, la cual fue presentada según las posibilidades y naturaleza de cada uno. Tecuzitécatl ofreció suntuosas plumas del ave quetzal, algunas pelotas de oro macizo, joyas exquisitas e incienso de copal. Por su parte, Nanahuatzin solo pudo ofrendar cañas frescas, madejas de heno y espinas de maguey bañadas en su sangre.
El sacrificio de Nanahuatzin
Una vez terminadas las ofrendas, los dioses se dispusieron a seguir con el último ritual: la mutación de los elegidos en los astros. Rápidamente se encendió una enorme hoguera y se indicó a Tecuzitécatl y Nanahuatzin que debían inmolarse en el fuego para encarnar al sol y la luna. El primero en arder debía ser quien fuera a tomar el papel del sol, el dios rico no se atrevió a sacrificarse. Repitieron cuatro veces el sacrificio, pero Tecuzitécatl no entró en el fuego. Ante la negativa, se le ordenó a Nanahuatzin que ardiera por el bien del mundo y tomara el lugar de aquella deidad egoísta.
El sol y la luna necesitan sacrificios
Una vez que Nanahuatzin ardió en la hoguera, el dios rico le siguió y también se inmolo. La junta de dioses permaneció atenta para ver por dónde aparecerían el sol y la luna. Al poco tiempo, por el Oriente, salió el sol cubierto de rayos luminosos. Después apareció la luna, también por el Oriente, envuelta en un incandescente resplandor.
Debido a que los dos astros brillaban con igual intensidad, uno de los dioses arrojó un conejo al rostro del dios rico, convertido en luna, y consiguió disminuir su brillo. Cuando vieron que el sol y la luna estaban listos para hacer sus funciones, los demás dioses quedaron en silencio y se sacrificaron para mantener con vida al sol y la luna. A partir de entonces, en el mundo existe el sol y la luna.