Cunado un ser se atreve a desobedecer a un dios, sufrirá nefastas consecuencias, como en el mito del castigo de los sapos. Este fascinante relato oral del Norte de Perú nos refiere que en tiempos muy lejanos los sapos proliferaban. Gracias a la cantidad de lagunas que había, estos animales pudieron reproducirse en gran número. Por si fuera poco, también llegaron a tener tamaños descomunales. Sin embargo, esta clase de sapos devoraban toda la vida en las lagunas y eran una verdadera plaga. De tal suerte, el dios Catequil, dueño del rayo, les prohibió reproducirse más. Sólo así florecerían más especies.
La desobediencia y el castigo de los sapos
Es fácil comprender que los reyes de las lagunas, los sapos, no estarían de acuerdo con la petición del dios. Así que después de someterlo a consenso, decidieron no hacer caso de Catequil. Por desgracia, el señor del rayo se enteró y decidió ejercer el castigo de los sapos. Con ayuda del dios Inti (Sol) y la Pacha Mama (Tierra), el señor Catequil desapareció las lagunas de la jalca. Algunas de ellas fueron secadas por los rayos del Sol. Otras se hundieron a través de profundas grietas. Sumado a esto, el dios ofendido dejó de enviar sus lluvias fecundadoras.
El castigo de los sapos fue la pérdida de las lagunas y de su gran tamaño. Se dice que la única forma que tuvieron para sobrevivir fue volverse pequeños. Por esta razón todas las ranas y sapos de la región hoy son diminutos. Además, estos animalitos aprendieron a usar camuflaje del color de las hierbas. Sólo así lograron permanecer con vida, si bien son muy pocos los sapos que hoy se pueden encontrar en la zona. Finalmente, cuando llueve todos los sapos saltan y cantan suplicando a Catequil que les devuelva las lagunas.