Según el mito de Júpiter; Vesta, la hija mayor, Ceres, Plutón y Neptuno (todos hermanos mayores de Júpiter) ya habían sido devorados, cuando Réia, queriendo salvar a Júpiter, su último hijo, se refugió en la isla de Creta, en el antro de Sitio, donde dio a luz, al mismo tiempo, a Zeus y Juno. Esta fue devorada por Saturno; mientras que el joven Júpiter fue alimentado y cuidado por Adrastéia e Ida, dos ninfas de Creta, que eran llamadas las Melissas.
Al crecer, Júpiter engañó a su padre y le hizo beber una pócima con la que vomitó a sus hermanos; así, con la ayuda de Neptuno y Plutón, Júpiter decidió destituir a su padre y desterrar a los Titanes, la rama rival que ponía obstáculo a su realeza.
La rebelión encabezada por Júpiter
Fue entonces que los Cíclopes dieron a Júpiter el trueno, el relámpago y el rayo, un casco a Plutón, y a Neptuno, un tridente. Con esas armas, los tres hermanos pudieron derrotar a Saturno, lo expulsaron del trono y de la sociedad de los dioses. Los Titanes que habían auxiliado a Saturno fueron arrojados en las profundidades del Tártaro, bajo la custodia de los Gigantes. Después de esta victoria, apegándonos al mito de Júpiter, los tres hermanos, ya como señores del universo, se lo repartieron entre sí: Júpiter tuvo el cielo, Neptuno el mar y Plutón los infiernos.
Según el mito de Júpiter, esta divinidad es generalmente representada bajo la figura de un hombre majestuoso, con barba, abundante cabellera y sentado sobre un trono. Con la mano derecha sostiene el rayo, una llama de dos puntas o por una máquina puntiaguda y armado de dos flechas; con la mano izquierda sostiene una Victoria. A sus pies, con las alas desplegadas, descansa el águila raptora de Ganimedes. La parte superior del cuerpo se encuentra desnudo, y cubierta la parte inferior.