En el mito de Minerva, Júpiter después de haber devorado a Metis y sintiendo un gran dolor de cabeza, recurrió a Vulcano que, de un golpe de hacha, le rompió el cráneo. De su cerebro salió Atenea completamente armada y ya en edad suficiente para ayudar a su padre en la guerra de los Gigantes. Uno de los rasgos más famosos de la historia de Minerva es la contienda con Neptuno por dar su nombre a la ciudad de Atenas.
Los doce grandes dioses, escogidos como árbitros, decidieron que aquel de los dos que produjera la cosa más útil daría su nombre a la ciudad. Neptuno, de un golpe de tridente, hizo salir de la tierra un caballo; Minerva, por su parte, creó el árbol de olivo.
La diosa por excelencia
Según la mayoría de las versiones del mito de Minerva, esta diosa era la hija privilegiada del señor del Olimpo, que le concedió muchas de sus últimas prerrogativas. Tenía el don de la profecía, prolongaba a su voluntad los días de los mortales, dotaba de felicidad después de la muerte, entre otros atributos.
Es Minerva quien conduce a Ulises en sus viajes, y quien enseña a las hijas de Pándaro el arte de sobresalir en los trabajos propios de la mujer, así como a ser fructífero en las artes a todo aquel que se acercara a ella. El mito de Minerva nos muestra a una diosa que con sus manos embelleció el manto de Juno, que construyó el barco de los Argonautas, según su diseño, e inventó el timón del mismo.
Muchas ciudades se pusieron bajo la protección de esta Diosa, pero aquella entre todas favorecida por la diosa fue Atenas, a la que había dado su nombre. Allí, su culto era perpetuamente honrado: tenía sus altares, sus más bellas estatuas, sus fiestas solemnes y, sobre todo, un templo de una notable arquitectura, el templo de la Virgen, en el Partenón.
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